• Sobrevivió a tragedia de trenes en Queronque y evoca ese día

    El atardecer del domingo 17 de febrero de 1986, cuando faltaban cerca de 15 minutos para las 20.00 horas, una colisión frontal entre dos trenes de pasajeros estremeció a Limache, a la región y al país.

    Entre las estaciones de Limache y Peñablanca, en el sector de Queronque, los automotores AES-16, que iba con dirección a Santiago, y el AES-9, que completaba el recorrido Los Andes-Valparaíso, se encontraron fatalmente, dejando un saldo de fallecidos que hasta hoy no ha sido precisado, aunque las cifras oficiales de la época anunciaron 58 muertos.

    Se trató de una enorme tragedia que truncó de manera abrupta las vidas de muchas personas que utilizaban el tren como medio de transporte, situación que hoy mucha menos gente puede hacer. Era una tarde de verano que también fue la última para varios funcionarios de ferrocarriles, seis según recuerda Carlos Rodríguez Sandoval, que trabajó por 24 años arriba de los trenes cortando boletos y que ese día se plegó al recorrido del convoy que había salido de la estación Puerto, porque la demanda de pasajeros así lo exigió.

    "A Viña el automotor de dos carros llegó lleno, mucha gente volvía de las playas ese día, así que se agregó una segunda unidad con dos carros más", recuerda este extrabajador ferroviario que se sabe de memoria esa fecha fatídica, "pero solo el día y el mes, nunca me acuerdo del año porque en esa época perdí a dos familiares y se enfermó mi señora", lamenta, como renegando de 1986.

    UNA SOLA VÍA

    Rodríguez dice que el viaje fue normal hasta la estación de Peñablanca, lugar en que debieron detenrse por un rato más antes de seguir rumbo a Limache, ya que debían comunicarse ambos jefes de estación para coordinar un trayecto que no tenía en ese entonces las dos vías operativas.

    Solo uno de los automotores podía recorrer ese trayecto antes que el otro lo hiciera en sentido contrario.

    Algo o alguien falló ese día en avisar si "su" tren ya había salido. El porqué había solo una vía para utilizar entre esas dos estaciones es algo que también entra en controversia. Se habló hasta de un atentado terrorista que había dañado el puente de Queronque, también del robo de cables que afectó las comunicaciones en un tiempo en que no había celulares.

    Carlos Rodríguez tiene su versión y afirma que "días antes había llovido y el agua carcomió los pilares del puente donde hay un estero, por eso no podían pasar dos automotores al mismo tiempo por ahí".

    Como sea, los dos automotores chocaron tras sortear una curva, lo que dificultó que los maquinistas se advirtieran a mayor distancia. "Si hubiera sido en una recta, habrían tenido más tiempo para frenar al menos, aunque es más difícil hacerlo fierro contra fierro, que frenar con un vehículo", compara Rodríguez, quien estima que la colisión se produjo a una velocidad de 80 kilómetros por hora, y con una masa de "120 toneladas que pesaba cada tren, eso sin contar la gran cantidad de gente que transportaban ambos".

    ZAFÓ DE LA MUERTE

    Tras el choque vino el horror y la muerte, sin que muchos se alcanzaran a dar cuenta de lo que había pasado.

    Rodríguez iba entrando en la cabina de atrás, en el último vagón, cuando sintió el estruendo que pensó era un bombazo y que lo mandó al piso, dejándolo con heridas en una pierna y un fuerte golpe en la cabeza.

    "En la cabina del maquinista no cabía nadie más, porque iban dos carabineros ahí para resguardar el orden por lo que se decía de los atentados", recuerda Rodríguez, que por esa eventualidad no estaba en ese carro de adelante, que se montó por encima del otro automotor.

    "Me paré altiro para ver qué podía hacer. Vi muertos tirados por todos lados, y gente mutilada. Se dificultó la llegada de ayuda además, porque en esa época no había caminos para llegar a ese lugar", dice Carlos Rodríguez sobre esa escena de espanto.

    Cerca de la medianoche este conductor fue llevado por unos colegas a un hospital en Valparaíso. Pero eso no fue lo peor, ya que la incertidumbre fue para su familia. "Me daban por muerto, solo al día siguiente mi señora, Wilda Lillo, me encontró en el hospital y me dijo,¡ así que estabas vivo! Justo habíamos estado de aniversario de matrimonio el día del accidente".

    Carlos Rodríguez no quiso cambiar de trabajo, y tras recuperarse de sus lesiones, retomó sus labores habituales hasta su retiro años después.J